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domingo, 19 de mayo de 2013

La Fiesta de Babette, la película predilecta de Francisco.

De la experiencia única de un festín

Karen Von Blixen
Quien no recuerda esta película...Premiada con el Oscar a la mejor película Extranjera en 1987, de origen dinamarqués, guión adaptado del relato homónimo (1) de Isak Dinesen, seudónimo de Karen  Von Blixen, la baronesa de Out of Afrika. 

La premisa dramática del film consiste  en la liberación espiritual del dolor, considerado como premisa de vida a imitar de Cristo, a través de una cena francesa, suculenta, costosa y emblemática.

En el libro El Jesuita, conversaciones con el Cardenal Bergoglio (2), el nuestro ahora Papa y Obispo de Roma expresa:

"Sus protagonistas son personas que viven un exagerado calvinismo puritano, a tal punto que la redención de Cristo se vive como una negación de las cosas de este mundo. Cuando llega la frescura de la libertad del derroche en una cena, todos terminan transformados. En verdad, esa comunidad no sabía lo que era la felicidad. Vivía aplastada por el dolor. Estaba adherida a lo pálido de la vida. Le tenía miedo al amor"



El amor es dado por la cocinera, por la gran chef del Café Anglais en París, refugiada en casa de estas puritanas. Lo que ella entrega, amor, generosidad y dedicación, en la preparación de la cena, es en realidad un homenaje al Arte de la Cocina que ella, como artista que es, ofrece y consagrada.
Uno de los personajes y principal comensal, el General Lowenhielm, es la referencia que nos da la autora acerca de la información de lo que allí se está comiendo, de su importancia, valor y calidad artística.
En el pasaje más descriptivo, a este efecto, la escritora pone en boca de él:

El general Loewenhielm dejó de comer y se quedó inmóvil. Una vez más se sintió transportado a aquella cena en París, cuyo recuerdo le había venido a la memoria en el trineo. En ella habían servido un plato increíblemente suculento y recherché; en aquella ocasión le había preguntado el nombre a su vecino, el coronel Galliffet, y el coronel le había dicho sonriente que se llamaba cailles en sarcophague. Le había dicho además que el plato lo había inventado el chef del mismo café en el que estaban cenando, persona conocida en todo París como el genio culinario más grande de su tiempo, que –sorprendentemente- ¡era una mujer! “Y en efecto”, había dicho el coronel Galliffet, “esta mujer está convirtiendo una cena en el Café Anglais en una especie de aventura amorosa..., ¡en una aventura sentimental de esa noble y romántica categoría en la que uno ya no distingue entre el apetito corporal o espiritual y la saciedad! Antes de ahora, he sostenido un duelo por una hermosa dama. ¡Por ninguna otra en todo París, mi querido amigo, habría derramado más gustosamente mi sangre!”

Los que saben comer y vivir reconocen cuando están frente a una obra de Arte.

La Cena Francesa de Babette -y en este orden, inalterable por favor-.

Entrada de Sopa de Tortuga, acompaniada por vino Jerez, o amontillado.
Blinis Demidoff con caviar y crema agria, acompañados por champagne.
Ensaladas frescas.
Codornices en sarcófago de hojaldre, rellenas con foie gras, con salsa de trufas, acompañados con vino tinto de la zona de Borgoña.
Frutas variadas y frescas.
Quesos franceses varios acompañados de oporto.
Postre Baba al Rhum con higos frescos.
Aguardiente de orujo, de bajativo.
Café.

Las ensaladas entre los Blinis y las codornices sirven para refrescar el paladar. Así como las frutas, antes de los quesos y luego de las aves. Luego de los quesos, fuertes en algunos casos, el postre se deleita con esplendor. 
Este es el orden de aquella cena francesa y según las normas de la Alta Cocina de la época, finales del siglo 19. 

La sopa de Tortuga, inmensa en la película, está prohibida en algunos países, aunque algunos todavía conservan este platillo hecho con una especie de tortuga en particular (3). En honor a la sinceridad y contrariando ciertos gustos de esta exquisitez, yo no me atrevería a tomarla.

Pero me detendré en los Blinis, a los que considero superlativos. Esta especie de panecillos delicados y suaves, cocinados en sartén con manteca y de origen ruso. En algún momento hablaré de la cocina rusa, a través de la cuál se observa como el pueblo, en esos rigurosos climas, se alimentaba de lo que lograba arrancarle a la tierra y conservarlo. Sin embargo, es famoso el gusto de los zares y, especialmente, de Catalina de Rusia, en su admiración por todo lo francés, incluido su idioma, el que ella conocía a la perfección y se carteaba con los reyes franceses en su idioma original. Los Blinis rusos son parte de esta exquisita devolución de gentilezas y admiraciones.

El señor Anatole Demidoff era una empresario siderúrgico ruso, de los Urales, quien pasaba largas estancias en París y Florencia, en una casa que construyó su padre cuando fue embajador ruso en la Toscana. Llegó a casarse con la sobrina de Napoleón, Matilde. Su suegra, era prima del zar Nicolás 1 de Rusia.
En definitiva, la influencia está probada por la historia común de estos personajes y por las relaciones internacionales entre Rusia y Francia.

Pues bien, estos Blinis llevan su nombre y su impronta de ruso, ya que estos panecillos sirven comer el caviar. En esta receta son acompañados por crema ácida, una mezcla de crema montada con un poco de yogurt, en mi versión simplificada.

Como hacer los Blinis

Ingredientes
160 g de Harina.
15 g de levadura.
2 huevos
230 g de leche.
200 g de crema para montar.
sal a gusto.

Templar la leche y agregarle la levadura. Dejar esponjar o levar.
Montar las dos claras a punto nieve. Montar la crema, a la que se le habrán agregado las dos yemas. 
Agregar la harina a la leche con levadura, que estuvo en reposo y la crema con las yemas. Por último, y con delicadeza, agregar, sin batir, las claras a nieve. Dejar reposar unos minutos.

Si no tiene la sartén para blinis, use un aro de 10 cm de diámetro sobre una sartén de teflón.
Se fríen en manteca.
No deje que se enfríen, manténgalos al calor tibio.
Esparza con generosidad el caviar y por arriba, la crema ácida. Algunos le espolvorean cebolla cortada cruda y jugo de limón. Pruebe el que más le gusta.






Son una exquisitez superlativa. Prueben hacerlos y disfrútenlos en honor a Babette...quién al confesar que ya no tenía dinero, porque lo había gastado en la cena, le dice a una de las puritanas:

- ¿Pobre? –dijo Babette. Sonrió como para sí-. No, nunca seré pobre. Ya os he dicho que soy una gran artista. Una gran artista, Mesdames, jamás es pobre. Tenemos algo, Mesdames, sobre lo que los demás no saben nada.

Picasso hubiera dicho lo mismo.




Agarrando los libros, que no muerden...

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